Ocuparon tu tierra, tu casa y tu mundo, lo hicieron desde mucho antes de que tú misma nacieras. En tu infancia, en esa infancia que te robaron, no hay imágenes sin sodados armados y fusiles apuntándote. Llegan de día, de noche, de madrugada. Se han llevado a los tuyos, los han interrogado, los han torturado, los han asesinado… en un vano intento de acallaros con el miedo. Creen que el terror os silenciará. Pero se equivocan. Tú lo sabes. No levantabas ni dos palmos del suelo cuando te enfrentaste por primera vez, puño en alto, a esos soldados que han ocupado tu pueblo. No les temes, tener la razón es la mayor arma que un ser humano puede tener. No tienes otra. Con esa te basta. Luchar contra la opresión se ha convertido en tradición en tu familia, en tu pueblo, en tu gente…Todos lo habéis hecho. Las mujeres las primeras. De generación en generación vuestro ejemplo de lucha no ha desfallecido ni un solo instante. Ahora te están juzgando. Te acusan de una docena de delitos. El que más les ha dolido, la bofetada que pegaste a uno de sus soldados. Eso no te lo perdonan porque lo ha visto el mundo entero. Que tú, una adolescente desarmada, se haya enfrentado con su mano vacía a uno de sus héroes armado de granadas, pistolas y fusiles, es algo que no pueden permitir. Por eso quieren tenerte muchos años entre rejas, como escarmiento. Sus leyes lo permiten. Llevas ya más de un mes detenida en espera de juicio. Te tienen aislada. Eres peligrosa, demasiado peligrosa para ellos. Todo el mundo está atento a lo que haces, y también a lo que ellos quieren hacer. Y así, casi sin pretenderlo, te has convertido en una heroína para todos los pueblos oprimidos del mundo. En Europa, en África, en América, en Asia y hasta en Oceanía, son, somos, miles quienes alzamos nuestra voz para exigir tu libertad. Y eso les asusta. No saben qué hacer. Su pretendida valentía les ha llevado a juzgarte a puerta cerrada. No quieren testigos de su ignominia. Probablemente te condenarán y tendrás que pasar muchos años en la cárcel. Siempre has sabido que ese era el destino que aguarda a quienes se alzan contra la injusticia. Y nunca te ha dado miedo.
No hace mucho comentaste en una entrevista en televisión que de mayor serías abogada para poder defender los derechos humanos del pueblo palestino ante los tribunales. No me cabe duda de que llegarás a serlo, y de que ganarás cuantas causas defiendas, Ahed, porque te acompañan la razón, la dignidad, el coraje y la justicia. Esos serán los cuatro jinetes que acabarán con la tiranía que oprime a tu pueblo, esa tiranía para la que no parecen existir los tribunales de derechos humanos ni los organismos internacionales, esa tiranía que asesina impunemente porque nosotros miramos a otro lado, porque nuestros gobernantes callan mientras celebran suculentos negocios e inversiones. Décadas de violencia e ignominia, de ocupación ilegal y de injusticia, acabarán un día ya no lejano porque serás tú, Ahed, tú y todas las Aheds que hoy están aprendiendo de ti, quienes alzaréis vuestro puño y vuestra razón venciéndoles en vuestra heroica lucha por la libertad. Y lo haréis desde la desobediencia civil, desde el no permitir la injusticia, desde el mostrar al mundo el crimen que están cometiendo con vosotras. Cuando eras más pequeña y alzabas tu puño contra los soldados, ellos se reían. Solo tienes dieciséis años, pero has acallado sus risas. Ahora te temen, sí Ahed, te temen porque ni con todas sus armas podrán conseguir lo que tú has conseguido enfrentándote a ellos con tus manos vacías. Conscientes de vuestra implicación incondicional en la lucha por la liberación de vuestro pueblo, los israelíes han puesto a las mujeres en su punto de mira. Como también lo han hecho con los niños y niñas. Son centenares los que son detenidos y torturados cada año ante el cobarde silencio y la complicidad de las democracias occidentales. Poco o nada puedes esperar de nuestros gobernantes. Tú lo sabes. Por eso te alzas contra el ejército de ocupación sin esperar a que otros vengan a acabar con tantos años de dolor y sufrimiento. Tu dignidad es nuestra vergüenza, Ahed. Tu valentía no hace más que poner de manifiesto nuestra cobardía. Ahora que nuestro mundo se hunde ahogado por nuestra indiferencia y nuestro egoísmo, voces como la tuya, voces como la de Malala, voces como las de todas las Aheds y Malalas que se alzan en todas partes del planeta contra la injusticia, son nuestra esperanza. Puede que ni lo pretendieras, puede incluso que ni seas consciente de ello, pero tú y las personas que como tú no callan ni miran a otro lado sino que se levantan, cierran su puño y gritan ¡Basta ya! sois la última esperanza que le queda a un mundo enfermo de sí mismo que agoniza y da sus últimos estertores sin darse siquiera cuenta de que frente a él solo queda el precipicio de la abyección. Gracias, Ahed, por tu inmensa lección de coherencia, valentía y dignidad y por recordarnos que, como decía Bergamín, existir es pensar y pensar es comprometerse.
Sin duda recibir cartas de todo el mundo expresando su apoyo es algo que Ahed agradecerá. Si quieres enviarle una a la cárcel donde está ahora, en esta foto tienes la dirección. Nada ayuda más que saber que no estás solo y nada reconforta más que recibir un abrazo. Son miles las cartas que está recibiendo desde todas partes del mundo. Es lo menos que podemos hacer para agradecerle lo que está haciendo por ella y por todos nosotros.