Creador del vacío que habita, de la oscuridad que ilumina, sempiterno buscador de lo desconocido y enamorado sin remedio de la belleza, Eduardo Chillida fue una de las personas más singulares que dio nuestro siglo XX. Su profunda espiritualidad y su inquebrantable espíritu inquieto le llevaron a explorar siempre los límites de lo desconocido y a adentrarse en el insondable misterio de la creación. Iba para futbolista, fue portero de la Real Sociedad hasta que una lesión le apartó para siempre del que creía que iba a ser su futuro. La arquitectura le llamó con fuerza hasta que, movido por su insaciable sed de aprender, descubrió que no le interesaba nada que pudiera enseñarse y abandonó la carrera. Su facilidad para el dibujo le llevó a estudiar Bellas Artes pero, al comprobar que para él dibujar era lo más sencillo del mundo y que incluso dibujando con la mano izquierda no hallaba motivación alguna para seguir la llamada que intuía en su interior, también lo abandonó para ir a vivir con Pili, la que fue el amor y motor de su vida, a París donde descubrió el universo de la escultura al que ya dedicaría toda su vida. “Yo me coloco en un territorio donde todo es desconocido, cosas de los hombres que no entendemos y que yo trato de entender. Luego lo que uno aprende con el arte no se puede enseñar. Lo que se puede enseñar no vale gran cosa, lo que vale es lo que tú tienes que aprender. Si uno no tiene preguntas, mal asunto”.
“Me crié dando balonazos en la Concha y contemplando las olas. A fuerza de mirarlo el mar se ha convertido en mi maestro… El mar y Bach son mis maestros, de ellos aprendí el concepto del tiempo. Cuando escuché por primera vez su Suite nº 4 para violoncello comprendí que la música es como una escultura etérea y perfecta… Juan Sebastián Bach es muy parecido al mar, él es el mejor arquitecto de la humanidad, solo que ha construido en el tiempo. Es mejor arquitecto que Fidias. La música es una construcción en el tiempo y en el espacio, a Bach como arquitecto no ha habido nadie que se le arrime… Mi padre era un hombre muy serio y uno de los días que comimos en casa me invitó a dar un paseo y me habló de la conveniencia de ganarme la vida. Yo, que en aquella época trabajaba como un burro, le contesté: “yo me gano la vida, lo que sucede es que no me lo pagan”. He sido siempre un suicida, no he movido un dedo para vender. Si había encargos o venía alguien a comprar, bien. Si no, también… De mi padre aprendí algo que nunca olvidé: que el hombre tiene que tener el nivel de la dignidad siempre por encima del miedo».
Contemplar una obra de Chillida, dejarse habitar por ella, es participar del encuentro del ser humano con la naturaleza, de materia y espíritu, de espacio y tiempo. Chillida esculpe sueños y anhelos, en sus esculturas el vacío cobra sentido y nos recuerda que somos más, mucho más que simple materia. Su profunda espiritualidad le llevó a encontrar la belleza creando un mundo de formas y materiales capaces de reflejar la poesía que vive en la naturaleza, los versos que susurran las olas, la voz del viento, esa voz suave a veces que nos habla de amores o tremendamente fuerte cuando es la galerna de la pasión la que toma la no palabra con la que nos dice tantas cosas. «En el proceso de mi trabajo, se da siempre un diálogo entre los dos, entre lo lleno y lo vacío… el hombre es materia y espíritu, las dos cosas están estrechamente unidas. Cuando un artista se acerca a la materia ya le está infundiendo su espíritu. No hay nada más espiritual que la materia artística… El arte está ligado a lo que no está hecho, a lo que todavía no se crea. Es algo que está fuera de ti, que está más adelante y tienes que buscarlo. Soy un hombre que trata de hacer lo que no sabe hacer».
Siempre tuvo la necesidad de compartir su obra, de darla a los demás para poder comunicarse con ellos a través de la emoción y la intuición. Como sabio que era, hizo que su vida girase en torno a las preguntas, nunca a las respuestas: “La idea es lo primero. Pero no sé si llamarlo idea… es algo que percibes, y que yo llamo el aroma, pre intuición. Pero para desarrollarla necesito materia. Sin ella, el arte no existe. El arte es un diálogo con la materia y el espacio, que en realidad, es otra materia, mucho más rápida y escurridiza… La historia de la humanidad está vertebrada en torno a preguntas. A veces las preguntas se repiten, pero en cada época se responden de manera distinta. Yo veo el arte como un tremendo bloque con muchas variantes en vez de contemplarlo como un desarrollo científico o tecnológico. Velázquez no demuestra que Leonardo estuviera equivocado, como tampoco Picasso nos puede decir que Goya viviera en el error. Cada artista es un universo cerrado, pero se comunica con los otros en la búsqueda de unas mismas respuestas”.
La sensibilidad y la curiosidad eran los pilares sobre los que consideraba que podía edificarse toda creación artística: “la capacidad de percepción superior a la media es la única diferencia que tiene un artista con los demás y después tener ganas de trabajar o de entender lo que no se entiende. Conocer lo que no se conoce” La luz fue la que le hizo darse cuenta de que su tierra era la vasca y la que le llevó a elegir los materiales con los que trabajaría como escultor: “La luz del Atlántico es una luz que es mía, es una luz oscura. Yo empecé enamorándome de la luz blanca de Grecia y por allí empezó mi obra, pero me di cuenta que no era lo mío y entonces di un giro en el año 50, y en el 51 ya hice mis obras en hierro…Yo en el País Vasco me siento en mi sitio, como un árbol que está adecuado a su territorio, pero con los brazos abiertos al mundo. Estoy tratando de hacer la obra de un hombre que es la mía, y como soy de aquí, esa obra tendrá unos tintes particulares, una luz negra que es la nuestra… Todos queremos mucho a nuestra tierra, pero esto no puede impedir que te sientas parte del universo, comparable a cualquier otro pueblo o raza”.
Esa necesidad de compartir, de darse a los demás, le llevó a soñar con un espacio en el que se pudiera pasear libremente entre sus esculturas y la naturaleza, dialogar con ellas. Ese sueño es Chillida Leku, el espacio Chillida que creó con su mujer en el año 2000, poco antes de morir y que, tras permanecer cerrado desde 2011, acaba de abrir de nuevo sus puertas. Juntos habían comprado el caserío de Zabalaga cuando estaba en ruinas. Chillida dialogó con aquellas ruinas para preguntarles qué querían ser: «a ver, ¿tú qué quieres, tener tres pisos como antes? ¿que te entre la luz por arriba? La casa iba respondiendo…” Así es como fueron reconstruyendo aquel espacio que albergaría sus obras para que podamos hoy pasear entre ellas dejando que nos hagan todas las preguntas que le hicieron a él: “Un día soñé una utopía: encontrar un espacio donde pudieran descansar mis esculturas y la gente caminara entre ellas como por un bosque… yo sólo quiero hacer algo para los hombres, un gran espacio donde nos sintamos más pequeños de lo que nos creemos y más iguales los unos a los otros, un lugar de tolerancia, maravilloso”.
Puede que haya quien piense que el hecho de haber empezado de portero de fútbol y haber acabado siendo uno de los escultores más reconocidos mundialmente sea una contradicción o una falta de coherencia, pero nada en Chillida es incoherente. En una entrevista con una periodista mejicana expresó perfectamente la relación aparentemente inconexa que existe entre ser portero de fútbol y ser escultor: «El campo de fútbol es una superficie bidimensional donde ocurren fenómenos a través de un balón que se mueve y que tiene que entrar en una portería y en la otra. Pero da la casualidad que la portería, entre el marco y el área, es un espacio tridimensional, es un diedro, y ahí es donde está el portero y donde ocurren todos los fenómenos verdaderamente activos del fútbol. Por tanto, el portero tiene que desarrollar una serie de condiciones muy especiales de intuiciones espacio temporales muy rápidas y muy inmediatas relacionadas con estos dos misterios, el espacio y el tiempo, que me hacen pensar que las condiciones que hacen falta para ser un buen portero y un buen escultor son prácticamente las mismas”.
Consciente de que espacio y tiempo son la esencia trágica del ser humano, dedicó su vida a indagar por caminos nunca explorados hasta entonces, a huir de todo cuanto le apartara de la creación, a hacerse todas esas preguntas que fueron una constante en él y que marcaron su destino, el destino de un hombre humilde para el que el amor y la amistad fueron el faro que iluminó sus noches de insomnio en las que creó gran parte de sus obras, y sus días de profundo trabajo convirtiendo en materia lo que solo habitaba en su alma. Octavio Paz, gran admirador suyo, dijo de él: “Cada escultura de Chillida dice una cosa distinta: el hierro dice viento, la madera dice canto, el alabastro luz. Pero todas giran incansablemente en la casa del espacio.”
En su obra siempre buscó el encuentro de la naturaleza con la poesía a través del diálogo entre la materia y el vacío. Uno de los versos de su gran amigo el poeta vallisoletano Jorge Guillén marcarían para siempre su concepción de la escultura: “Lo profundo es el aire”. Fruto de esa idea dedicó parte de su vida a buscar una montaña en la que horadar un enorme cubo vacío concebido como un gran monumento a la tolerancia. En 1996 halló, por fin, la montaña con la que siempre había soñado: Tindaya, en Fuerteventura, un cerro de 400 metros de altura en cuya cima se conservan relieves podomorfos de los habitantes prehispánicos de la isla. Desde el primer momento su proyecto se vio envuelto de una gran polémica entre quienes lo apoyaban y quienes defendían, y defienden, que Tindaya no debe tocarse porque ya es de por sí una obra de arte que se vería amenazada por las obras de vaciado del interior de la montaña y el impacto turístico que acarrearía. El monumento nunca llegó a realizarse y, treinta años después, sigue inmerso en las disputas entre quienes quieren llegar a crearlo y quienes se niegan a que se cree. Ese no fue el único sueño irrealizado de Chillida. Profundo admirador de la pintura de Hokusai, que cien años antes de Kandinsky ya había intuido que la pintura no debe limitarse a reflejar la realidad de los objetos que vemos, diseñó un conjunto escultural de enormes proporciones compuesto de piedra y acero que ubicó en un punto exacto frente al monte Fuji y con una orientación determinada que permitiría la contemplación del monte sagrado desde su escultura. Esta vez fueron las dificultades financieras de los promotores del proyecto las que le impidieron realizar su sueño.
Contemplando su obra y la que podría haber llegado a crear se tiene la sensación de que Chillida fue un hombre libre que se adelantó a su tiempo, que siempre buscó adentrarse en lo desconocido, que exploró los límites de todo lo concebido intuyendo que formamos parte de un todo indivisible, de ese algo “moderno como las olas y antiguo como la mar” que nos impulsa a perseguir nuestros sueños…