Te das cuenta de que aquello que parecía tan negativo, que tanto te dolió, te ayudó a crear, a crecer y a llegar hasta lo que hoy eres…
No hay libro que de verdad explique lo que debes hacer para crear un verso, una canción, un cuadro o una escultura. No hay más método que propiciar las condiciones oportunas para que esa voz que llevas dentro pueda empezar a hablar. A veces, sin saber por qué, sientes un impulso irrefrenable que te obliga a dejar todo lo que estás haciendo para prestar atención a eso que pugna por salir. Quizá lo ha convocado una puesta de sol, un olor o una canción, quizá tu propio estado de ánimo o quizá la caricia de lo que perdiste que no sabes por qué ha venido en este preciso momento. Eso no importa, lo verdaderamente importante es que seas consciente de que hay algo de ti que necesita salir, que quiere que lo compartas, y que debes permitírselo.
Otras veces sientes que hay algo ahí dentro bullendo desde hace mucho tiempo y que, poco a poco, va tomando forma. Que sea un poema, un relato o una novela es algo que todavía no sabes, pero no tienes ninguna duda de que está ahí, llamando a su puerta, esa puerta que eres tú. La necesidad es tan grande que te planteas ya darle el espacio que merece y no buscas, sino encuentras el tiempo específico que le vas a dedicar cada día.
Unos días todo fluirá como si escribieras al dictado de algo o de alguien, otros no escribirás ni una línea, pero no debes desfallecer, sino continuar dándole ese tiempo y ese espacio que le permita al fin salir. Ese proceso es cansado, agotador unas veces, frustrante las más, pero es el único que hay. Debes seguirlo y no desfallecer. Cuando te sientas cansado, incapaz de encontrar lo que buscas, sigue ahí abierto a dejarte llevar porque en el universo de la creación no encontramos, nos encuentran. Hay quien prefiere ser disciplinado y ordenado y se fija un horario inamovible. Otros somos más anárquicos y conseguimos dedicar nuestro espacio y nuestro tiempo al proceso de crear, de sentarse frente al papel, el lienzo o la pantalla en blanco, sin someternos a esa rigidez. No hay método mejor o peor, nosotros somos nuestro único método. Lo único que todo proceso creativo tiene en común es que cambia por completo tu percepción del tiempo. Literalmente vuela.
El placer que alcanzas a sentir cuando escuchas esa voz que te dicta, que lleva tu mano, es indescriptible. Un artista como Bruce ha dicho en más de una ocasión que lo único que ha experimentado que pueda parecerse al momento en que se entrega a la soledad creativa es lo que siente cuando canta sus canciones ante cien mil personas y las escucha corearlas. Lo que sientes cuando la palabra, el verso o la canción te encuentran, te habitan, da sentido a lo que eres y a lo que haces, a todo lo que has vivido y a lo que aún sueñas con vivir. Te hace crecer, te da luz, una luz que te permite verlo todo de otra manera. Es como si vieras una escalera frente a ti y te dieras cuenta de que acabas de subir uno de sus peldaños.
Si miras arriba ves un universo de luz que ilumina los blancos escalones que te esperan; si lo haces abajo, ves todo aquello que, a veces sin saberlo, has ido subiendo para llegar hasta aquí. Y es mucho, y es hermoso. Y es entonces, cuando estás ahí, en ese escalón recién conquistado cuando te das cuenta de que la mayoría los has subido cuando no estabas en tu mejor momento, cuando venían mal dadas o la nostalgia y la melancolía eran tus compañeras más inseparables. Y también es entonces cuando te das cuenta de que aquello que parecía tan negativo, que tanto te dolió, te ayudó a crear, a crecer y a llegar hasta lo que hoy eres. Y es ese sentimiento interior el que te dice que no tienes nada que temer, que aunque hay más escalones abajo de los que quedan arriba, ha valido la pena el viaje, lo que viviste y lo que compartiste, lo que diste y lo que te dieron. Y ya no tienes miedo porque has entendido que vivir era eso, y te has dado cuenta de que lo has disfrutado intensamente.