Se cumplen ahora 80 años de la salida al exilio de miles de republicanos españoles. Cruzaron la frontera con lo puesto y el olvido. Nada pudieron llevarse a esos mundos desconocidos que les acogieron. En algunos lugares fueron bienvenidos, en otros encerrados en campos de concentración. La mayoría huyeron a pie, cruzando los Pirineos, en uno de los febreros más tristes y fríos de nuestra Historia. Otros lo hicieron en barco. Los últimos que salieron de puerto español, los tres mil del Stanbrook, fueron encerrados al llegar a Orán en campos de concentración argelinos. No habían cometido delito alguno, pero tal concentración de comunistas, socialistas y anarquistas juntos despertaba los miedos más ancestrales allí donde arribaban. A todo el mundo habían llegado las noticias de la revolución española y las comunidades libertarias que aquellos refugiados habían creado pocos meses antes y eso les convertía en una amenaza. Penurias, hambre, frío y desolación era la vida diaria de quienes lo habían perdido todo. Otros, los que se quedaron, corrieron peor suerte. A los miles que habían sido fusilados por las tropas sublevadas durante la guerra les seguirían muchos más una vez acabada la contienda en una cruel represión que duraría cuarenta interminables años. Quienes partían al exilio buscando refugio de la barbarie creían que aquella situación sería pasajera, que no podría durar mucho porque eran conscientes de que la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de estallar y estaban convencidos de que las democracias europeas no consentirían la existencia de la dictadura franquista en Europa. Por eso muchos de los que partieron al exilio siguieron luchando contra el fascismo al otro lado de la frontera. Lo hicieron desde la resistencia o formando parte de las tropas aliadas que llegarían a liberar París años más tarde. Pero aquellas democracias europeas por las que habían luchado y dado hasta la vida volvieron a darles la espalda, como ya habían hecho en la guerra de España, y permitieron la consolidación del régimen franquista. La razón fue la misma que la que atenazó a algunos gobiernos que recibieron a los exiliados: el miedo a que aquellos idealistas revolucionarios pudieran hacer la revolución en sus propios países. Prefirieron tener como vecino a un dictador criminal a arriesgarse a que en España se instaurase una tercera República que pudiera influir en el pensar y el hacer de los demás pueblos de Europa.
El dolor de la muerte cubrió España de sangre y luto. Los miles de asesinatos de la dictadura destrozaron la vida de quienes sobrevivieron quedándose en esta tierra yerma ya de sueños y esperanzas. La atrocidad de aquellos crímenes perfectamente planificados para instaurar una dictadura basada en el terror llegó al extremo de vengarse de los familiares de los asesinados privándoles de cualquier derecho. Así, una práctica habitual con las y los maestros que asesinaron fue expulsarles de la carrera una vez muertos para que sus viudas y huérfanos no pudiesen cobrar pensión alguna. Cárcel y represión fueron la condena que sufrieron quienes habían cometido el imperdonable delito de defender el régimen democrático de la República.
Pero aquel dolor por la muerte no fue el único. Quienes tuvieron la fortuna de poder partir al exilio pasaron su vida confiando en que tarde o temprano las cosas cambiarían y podrían regresar a su país, a aquel mundo suyo que se habían visto obligados a dejar atrás. México, Cuba, Argentina o Francia les vieron llorar añorando aquella tierra a la que, muchos, nunca volvieron. Estuvieran donde estuvieran siguieron dedicando su vida a luchar contra la dictadura: unos dando conferencias, otros creando revistas, los más ayudando a sus compañeros de exilio a través de las innumerables organizaciones de apoyo que crearon.
Muchos de los que partieron eran poetas, los más grandes que ha tenido la convulsa y desgarrada España del siglo XX. En su poesía vivía la nostalgia por lo que perdieron, la rabia contenida, el anhelo del imposible regreso. Aquí tienes alguno de sus gritos del alma:
CONTIGO (Manuel Altolaguirre)
“No estás tan sola sin mí.
Mi soledad te acompaña.
Yo desterrado, tú ausente.
¿Quién de los dos tiene patria?
Nos une el cielo y el mar.
El pensamiento y las lágrimas.
Islas y nubes de olvido
a ti y a mí nos separan.
¿Mi luz aleja tu noche?
¿Tu noche apaga mis ansias?
¿Tu voz penetra en mi muerte?
¿Mi muerte se fue y te alcanza?
En mis labios los recuerdos.
En tus ojos la esperanza.
No estoy tan solo sin ti.
Tu soledad me acompaña”
CON LOS PIES DESNUDOS (Zenobia Camprubí)
“Con los pies desnudos
y el cabello suelto,
oía la música
en mi pensamiento.
Sentía la música
latiéndome dentro
y también latía
mi corazón muerto”
NO ES CONSUELO (Ramón Gaya)
“No es consuelo, silencio, no es olvido
lo que busco en tus manos como plumas;
lo que quiero de ti no son las brumas,
sino las certidumbres: lo perdido
con toda su verdad, lo que escondido
hoy descansa en tu seno, las espumas
de mi propio sufrir, y hasta las sumas
de las vidas y muertes que he vivido.
No es tampoco el recuerdo lo que espero
de tus manos delgadas, sino el clima
donde pueda moverme entre mis penas.
No esperar, mas tampoco el desespero.
Hacer, sí, de mí mismo aquella sima
en que pueda habitar como sin venas”
“LA ANSIEDAD DE VOLVER…” (Paulino Masip)
“La ansiedad de volver no será nada
junto a la certidumbre de haber vuelto
y encontrar que la vuelta no ha resuelto
el drama de tu vida desterrada.
Hallarla eternamente enajenada,
ver que partida fue en iguales trozos;
sentir que siempre enturbiará alborozos
de una mitad, la otra mitad airada.
No desdirás tu estirpe gachupina,
o, si mejor te place, perulera
y por sus huellas correrá tu suerte.
Tu destino español a ser te inclina
puente tendido de una a otra ribera
a caballo del mar hasta la muerte”
EL RELINCHO (León Felipe)
“Rocinante….
¿no recuerdas nada de tu infancia?
¡Haz un esfuerzo!… ¡Recuerda!
¡¡Recuerda!!
¿Fuiste alguna vez potro salvaje?
¡¡Recuerda!!
¿Quién te domó?
¿Cómo te hiciste amigo del hombre?
¿Tuviste un maestro duro de látigo y espuela?
¿Cuándo te pusieron el freno?
¿Cómo aprendiste a obedecer?
La palabra “Justicia”
¿no la habías oído nunca antes de servir a tu señor?
¿Cuándo vino a ser la palabra “Justicia”
un látigo mágico para ti?
Recuerda esto bien: ¿Cuándo la palabra Justicia
pronunciada por tu señor,
(con aquel modo enfático y versánico
del Caballero del delirio)
cuándo, cuándo por primera vez
te encabrita eléctricamente
y te hace relinchar
hasta sacudir furiosamente el firmamento
y haces temblar a las estrellas?
¿Cuándo relinchaste por primera vez
como en el retrato de Picasso?
¿Cuándo fue cuando al conjuro solo
de la palabra “Justicia”
diste aquel
rabioso relincho, Rocinante?
¡Oh, qué relincho!
¿Quién ha relinchado nunca así?
¡España…una vez relinchaste de este modo!
¿Cuántos años hace?
No sé…pero bien se me alcanza
que ya nunca más volverás a relinchar de esta manera”
Los republicanos que se quedaron aquí, los que no partieron, vivieron otro exilio, el exilio interior, ese que les obligó a negar lo que eran, a callar lo que pensaban y a silenciar sus sueños rotos. Si el exilio exterior y el destierro había sido duro, el exilio interior no lo fue menos. Uno de los colectivos que más lo sufrió fue el de los maestros y las maestras de la República, jóvenes en su mayoría que se habían formado al calor de la Institución Libre de Enseñanza y se forjaron en las Misiones Pedagógicas que creó la segunda República. La enseñanza es una las profesiones más vocacionales que existen. Duele imaginar lo que debieron sentir aquellos jóvenes maestros que, tras la dictadura de Primo de Rivera, pudieron dar rienda suelta a sus sueños cobijados por una República que puso la educación en el centro mismo de su existencia, consciente de que de poco o nada servía luchar por cambiar la sociedad en un mundo en el que el analfabetismo era ley. La segunda República solo duró seis años, seis años en los que se crearon miles de escuelas y artistas y maestros recorrieron los pueblos más recónditos de nuestra geografía llevando con ellos esperanzas, alfabetos y sueños. Todo aquello se truncó de golpe y la gran mayoría fueron expedientados y represaliados por la administración franquista que les condenó a renunciar a lo que eran, maestros, y a lo que habría sido la vida que habían elegido. Duro, terriblemente duro, debió ser para ellas y ellos alejarse de su vocación o tener que plegarse a las exigencias de un modelo educativo que suponía un retroceso brutal, la renuncia a todo cuanto habían soñado y una represión como nunca vivida hasta entonces.
Otro de nuestros exiliados, Max Aub, escribió en “Campo de Almendros” el desolador paisaje humano que quedó en el puerto de Alicante tras la partida del Stanbrook, la última esperanza de salvación que partió de una España rota en los mil pedazos de los sueños destrozados de quienes se quedaron. Sus palabras están dedicadas a todos los que se quedaron pero cobran especial sentido si al escucharlas pensamos en lo que debieron sentir aquellos maestros que todo lo perdieron:
“Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides”
Las historia de los exiliados republicanos españoles es la de unas personas que vivieron intensamente un aquí y un ahora que solo duró un instante y que tuvieron que pasar el resto de su vida añorando un efímero ayer que dio sentido a sus vidas y un sempiterno mañana que nunca llegaría. Pero, a pesar de lo injusta que fue la vida con ellos, nunca se rindieron porque nunca dejaron de soñar y de luchar.