¿Cómo empieza todo?, ¿De dónde sale?, ¿Dónde está antes de ser un pensamiento?, ¿Qué es lo que hace que entre en nosotros hasta lo más hondo?, ¿Qué hace que cree en nuestro interior una necesidad irrefrenable de darle forma, de expresarlo, de compartirlo?, ¿Cómo nace el hecho teatral? Esas son preguntas para las que, seguramente, nunca encontraremos respuesta. ¿Dónde están las ideas antes de ser ideas? Consciente de que por el camino de la abstracción difícilmente podré avanzar buscando esas respuestas, me contento con analizar lo que he sentido y vivido al enfrentarme al hecho creativo. Vivimos en una sociedad que presenta ante nosotros hechos y situaciones que pueden llegar a impactarnos profundamente. En mi caso el tema de los refugiados es uno de ellos. Verles intentar llegar a nuestras fronteras huyendo de la violencia, la injusticia, la muerte y la barbarie cómodamente sentados en nuestras casas se ha convertido, a fuerza de costumbre, en un hecho cotidiano. Saber que muchos mueren en el camino nos afecta sí, pero a cada persona de una forma diferente. Ver las alambradas cada vez más altas que nuestros políticos construyen y que para algunos nunca serán suficientemente altas es descorazonador. Caer en el aborregamiento de argumentos como “quisiera ayudarles pero aquí no hay trabajo para todos…” o “que vengan pero con un contrato de trabajo, como nosotros emigramos al extranjero en los sesenta…” está al alcance de cualquiera. La política de comunicación del tema refugiados o del tema migraciones es endiabladamente cínica e hipócrita porque nos lo plantea como un problema, un problema que, además, tiene una solución tan complicada que está totalmente fuera de nuestro alcance y, por último, despersonaliza a las personas migrantes refiriéndose a ellas con números o adjetivos: trescientos subsaharianos, cien refugiados sirios, doce ahogados en una patera… y las despersonaliza con un doble objetivo: que no empaticemos con ellas y exijamos a nuestros políticos que dejen de provocar la muerte de seres inocentes y, al mismo tiempo, hacer que para nuestros políticos implementar esas políticas asesinas sea más fácil y les cree menos problemas de conciencia.
Sin embargo, a veces, conocemos la historia de alguna de esas personas. Unas veces es una simple foto, como la de Aylán, aquel niño kurdo que murió ahogado en la costa de Turquía, otras conocer personalmente a cualquiera de esas personas que han conseguido llegar hasta aquí. En mi caso, además del impacto brutal de las imágenes de todos esos hombres, mujeres y niños jugándose la vida en una frágil patera, fue conocer personalmente a varios refugiados que llegaron para intentar crearse una nueva vida aquí o simplemente hicieron escala aquí siguiendo su camino hacia cualquier otro país europeo. Conocer a esas personas, ponerles cara, conocer su nombre o escuchar su voz cambia por completo tu manera de acercarte a esta situación. Hace que te des cuenta de que son personas como tú, que tienen los mismos sueños e ilusiones que tú, que les gustan las mismas cosas que a ti… Y eso lo cambia todo. Entiendes lo que les ha traído hasta aquí, comprendes el anhelo que tienen por emprender su nueva vida, compartes su necesidad de superar cuantos obstáculos se presenten.
Conocerles, enterarme de lo injusta que es nuestra ley de extranjería con personas como ellos, ver las dificultades que nuestras administraciones les ponen para simplemente poder vivir o trabajar aquí, es lo que me impulsó a buscar una forma de compartir lo que yo sentía con más gente. La idea inicial no llegaba a convertirse en algo concreto y realizable, pero cada día vivía con más fuerza en mi interior y pugnaba por salir con más fuerza. Fue una fotografía la que acabó por dar forma a todo aquello. Era una fotografía que la fotógrafa Mai Saki había tomado en una de sus visitas a los campamentos de refugiados en Grecia. La imagen era impresionante por todo lo que llegaba a simbolizar: era la de una vía de tren atravesada por una valla, una vía que no llevaba a ninguna parte, una vía muerta. Y ahí nació todo. Tenía que hacer llegar al público la realidad que estaban viviendo las personas migrantes, los refugiados que veían a diario por la televisión. Contacté con Mai Saki para explicarle que quería escribir una obra de teatro a partir de su fotografía. Ella, comprometida y solidaria como pocas, se volcó en ayudarme a levantar aquella quimera.
Pronto empezaron a aparecer en mi mente imágenes y sonidos que daban vida a lo que yo sentía. Y aquello que latía en mi interior fue materializándose febrilmente en lo que más tarde sería una obra de teatro. Tenía muy claro que quería reflejar la vida de espera sin tiempo que es la vida en los campamentos de refugiados. El sinsentido de todo aquello, y apareció la idea central del montaje: convertir el escenario en un campamento de refugiados y al público en los refugiados. La obra se desarrollaría en un escenario separado de la platea por una valla y los espectadores entrarían en la sala sin saber que iban a permanecer sentados en el suelo durante toda la representación viendo las butacas vacías de la platea que representarían a esa Europa que les niega la entrada. La idea se había transformado en un universo concreto que ofrecía un sinfín de posibilidades creativas.
Lo primero que me planteé fue contactar con otros soñadores sin remedio que quisieran embarcarse en un proyecto como aquel. La primera persona en la que pensé fue en Eva Egido, gran actriz y directora a la que admiro y quiero desde el mismo instante en que la conocí. Ella, no podía ser de otra manera, me dijo que aquello tenía muchas posibilidades, que había que desarrollarlo ya y que aceptaba encargada la responsabilidad de dirigirlo. Me habló también de la proximidad del SURGE, el festival de teatro alternativo de Madrid y presentamos juntos el proyecto. La obra transcurriría en un campo de refugiados griego y sería interpretada por cuatro personajes: un refugiado sirio de camino a Alemania para reencontrarse con su hijo y conocer a su nieto, personaje que creé en homenaje a un refugiado sirio al que conocí en su camino hacia Alemania para reencontrarse con uno de sus hijos y que me impactó por su bondad y su determinación. Nada ni nadie podrían haberle impedido llegar a su destino. Hoy sigue viviendo en Alemania con su familia y es una persona feliz. El antagonista del refugiado sería el policía encargado de vigilar el campamento y que actuaría durante toda la obra al otro lado de la valla. Para encarnarle pensé en otro gran actor y soñador sin remedio como Germán Torres, pero un problema de agenda impidió que finalmente se subiera a nuestro barco. Pensé entonces en quién podría abordar mejor aquel personaje y no tuve ninguna duda: Willy Toledo. Le llamé y no tardó ni un día en contestarme: Perfecto, cuenta conmigo. El tercer personaje lo escribí pensando en un ser irrepetible que ha dedicado su vida a actuar como clown en campamentos de refugiados de todo el mundo a través de una organización que creó en su Galicia natal junto a otros visionarios como él: “Pallasos en rebeldía” Su nombre es Iván Prado, y le pedí lo más difícil que se le puede pedir a un payaso: que actuase como payaso para los refugiados de nuestro teatro y se transformara en actor a lo largo de la obra. Las técnicas interpretativas de los payasos y los actores son totalmente opuestas, de ahí la enorme dificultad que entrañaba el reto que le planteé y que, nunca lo dudé, aceptó de inmediato. El cuarto personaje iba a ser inicialmente una voluntaria de una ONG que trabajaba en el campamento y que podía entrar y salir libremente de él. Era el personaje que tenía menos claro pero al que necesitaba para interactuar con el policía fuera del campamento. Para ese papel fue Eva quien propuso a una formidable actriz a la que yo no conocía: Elena Olivieri. Su aportación fue sensacional porque, ya desde la primera reunión, vio que su personaje no debía ser una voluntaria de una ONG, sino una niña del pueblo donde está ubicado el campamento de refugiados y que, a través de la inocencia de sus preguntas al policía, desnuda de argumentos la política europea de fronteras y nos pone frente a la realidad de los refugiados sin escudo con que protegernos o máscara tras la que escondernos.
Los del SURGE nos confirmaron que nuestro proyecto había sido seleccionado y nada más y nada menos que por una sala como la Mirador. Era el espacio ideal y los compañeros de viaje ideales para un viaje como este. El proceso de ensayos fue uno de los momentos más creativos que he vivido en mi vida. Eran tantas las cosas que cada uno aportaba al proyecto… y ahí se produjo uno de los momentos más mágicos que he vivido jamás: ver cómo aquellos personajes que habían nacido en tu cabeza cobraban vida y empezaban a hablar y a moverse. Nunca olvidaré lo que sentí entonces. Compañeros de la profesión se volcaron en ayudarnos cediéndonos gratuitamente espacios donde ensayar o el vestuario del policía. aventura. Rubén Vejabalbán, compañero de vida y de sueños de Eva se encargó de la escenografía y la parte técnica del proyecto. Es un verdadero genio en la creación de espacios sonoros y visuales. Los ensayos se prolongaron durante un mes pero necesitábamos hacer, al menos, un pase con público ya que iba a ser una parte fundamental del montaje y no sabíamos cómo iba a reaccionar y, además, teníamos que aprender a movernos en los espacios que dejaran libres durante la representación. Hicimos un único pase con público previo al estreno que nos permitió aprender un montón de cosas que pusimos en práctica al día siguiente. Hicimos cuatro representaciones (las previstas en el SURGE) a las que acompañamos de dos interesantísimos coloquios con el público en los que, además de los intérpretes y la directora de “Vía Muerta”, nuestra obra, participaron MAI SAKI, un refugiado afgano, una representante de Open Arms, otra de CEAR, etc. Estos coloquios que siguieron a la representación fueron una de las partes más impactantes del proyecto porque la gente pudo compartir opiniones, historias y datos de la realidad de los campamentos de refugiados con personas que los habían vivido en primera persona.
El hecho de que la obra acabara con un oscuro en el que los actores desaparecíamos y dejábamos solos a los espectadores en el escenario sin que saliéramos a saludar hizo que cada representación tuviese un final diferente. En todas las funciones el público se volcó apoyando al payaso y al refugiado, y en una de ellas incluso llegó a tirar la valla al suelo y a abalanzarse sobre el policía. Willy entró en el camerino exultante de felicidad porque aquello significaba que la obra había llegado a lo más hondo de los espectadores, pero no tardó en reflexionar y comentarnos: “Oye, esto es cojonudo, pero como trascienda que hay un teatro donde se puede pegar a Willy Toledo van a venir todos los fachas de Madrid” Compartir con el público aquello que había estado tanto tiempo pugnando por salir de lo más hondo de mí, vivirlo con ellos es otro de los maravillosos regalos que me hizo esta experiencia y que ya siempre me acompañará.
Teníamos contratados varios bolos para llevar “Vía Muerta” a otras comunidades pero tuvimos que cancelarlos porque Willy está vetado en el cine y la televisión de este país y nos comentó que tendría que irse al extranjero para poder trabajar. Aquello no hizo más que reafirmarnos en la necesidad de llevar adelante proyectos como “Vía Muerta”, proyectos que cumplen con esa función del teatro que es cuestionarnos el mundo en el que vivimos y nuestro papel en él al ser un espejo donde el espectador se ve reflejado. Estamos intentando volver a subir “Vía Muerta” a los escenarios en 2020
A partir de esta experiencia he encontrado un camino a través del que canalizar las inquietudes que tengo ante la situación que vive hoy nuestro mundo y ya estoy embarcado en un nuevo proyecto que unirá dos realidades: la de los barcos que llevaron a los republicanos al exilio y la de las ONGs a las que les impiden salvar vidas en ese Mediterráneo que hemos dejado que conviertan no ya en una fosa común sino en un verdadero patíbulo. Se llamará “El eco de los versos”, y esperamos estrenarlo antes de que acabe el año.