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Versos y tánatos

Corren tiempos de pandemias, de soledad, de silencio y dolor, tiempos de quiescencia y de muerte. La muerte, eterna enamorada, se está llevando a muchos de quienes lo tenían todo por delante, a muchas que tenían mucho por vivir y más aún por decir, se ha llevado a ese no lugar en el que habita a personas llenas de vida y de amor, llenas de sueños cumplidos y de sueños por cumplir, de vidas intensamente vividas y de vidas por vivir. Algunas se han ido en soledad, sin poder recibir el último abrazo de quienes aman, en silencio, sin poderles decir a los que aman esa última frase que quedará para siempre sepultada en el eco del silencio, se han ido a oscuras, sin poder hablarles con la mirada por última vez. Otras, en cambio, se han ido mostrándonos cómo se recibe el abrazo de la muerte. Sabían que iban a morir, que estaban sentenciados por la voracidad imparable del cáncer, siempre supieron que estaban condenados por ese monstruo insaciable que todo lo devora, pero cada uno, a su manera, le plantó cara a la parca aceptando lo irremediable sin rendición ni entrega, con la dignidad de quien es capaz de tender la mano a esa muerte que le llama pero hacerlo ni un solo minuto antes del momento final, devorando con amor y alegría cada segundo de vida que sabían que les quedaba, cada instante, por fugaz que fuera, que tenían para regalarnos. Tánatos ha ganado porque se los ha llevado, ha ganado porque juega con las cartas marcadas y gana siempre, pero ellos y ellas también han ganado, han ganado mostrándonos lo bello que es vivir, sentirse vivo, enseñándonos lo maravilloso que es compartir, disfrutar intensamente cada instante de la vida. Y nosotras y nosotros también hemos ganado, hemos ganado porque les hemos conocido, porque hemos compartido una parte de nuestro viaje con ellos, porque con una canción, una palabra, una mirada, un abrazo o un silencio hemos sabido que sentimos lo mismo, que siempre lo hemos sido y porque, cada vez que les recordamos, que pensamos en ellas y en ellos, vuelven a la vida con una nueva sonrisa.

Quienes se han ido nos piden, de una u otra forma, que disfrutemos todos y cada uno de los segundos que tenemos. La vida no tiene ayer ni mañana, solo ahora, aquí y ahora. Conforme tomas conciencia de que se va acercando la cita que tienes con la parca, esa que no admite plantones ni retrasos, miras atrás y te das cuenta de que la vida era esto, de que vivir era esto. Ves entonces que te has pasado la mitad de ella esperando que llegaran cosas que nunca llegaron y buena parte de la otra mitad consolándote con el recuerdo de unos tiempos que, cuando fueron, dejaste escapar como arena entre los dedos porque estabas convencido de que te quedaba mucho por vivir y que lo mejor siempre estaba por venir. Hoy, cuando te das cuenta de lo equivocado que estabas, miras atrás y aprendes a ver todos esos momentos aparentemente insignificantes que, hoy lo sabes, han dado sentido a tu vida, a tu paso por este mundo que nunca has entendido y que jamás te ha comprendido. Y es en esos momentos en los que te das cuenta de que has vivido, de que ha valido la pena, de que por encima del dolor y el sufrimiento ha habido también amor y alegría. Y eso hace que andes por la vida de otra manera, dejando que tus ojos miren todo lo que pasa a su alrededor, saboreando cada soplo de brisa por todos los poros de tu piel, dejando que el lejano sonido de unos viejos acordes o el calor de unos versos te lleven allí donde viven los sueños, esos sueños que, pese a las desilusiones, los achaques o los años, todavía te sientes con fuerzas de seguir. Puede que la vida sea eso, una constante sucesión de momentos de profundo dolor y también de alegría. Ayer la vida quiso regalarme uno de esos momentos de inmensa felicidad cuando, al abrir el correo, encontré un mensaje de alguien a quien no conozco pero con quien recorrería todos los caminos, que me había mandado un poema que había escrito para mí. Nunca nadie lo había hecho, nunca me habían dedicado un poema, y ha sido precisamente ella, Carmen Castellote, mujer sin patria ni tiempo, quien lo haga. Es una de los niños de Rusia. En 1937, sola con 5 años, sus padres la enviaron de Bilbao a Rusia para ponerla a salvo de los bombardeos franquistas. La guerra de España se prolongó durante dos años y su final casi coincidió con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Carmen no pudo regresar a España. Vivió la guerra sola, con nueve años, en Siberia. Años después, acabada la carrera, se fue a México a reencontrarse con su padre que vivía allí exiliado desde 1939. Fue entonces cuando conoció y entabló amistad con muchos de nuestros más grandes poetas del exilio: Juan Rejano, León Felipe… Y ella empezó a escribir poesía, una poesía bella, profunda, auténtica, una poesía que te lleva a ese universo tan particular y único que ella ha creado. Carmen tiene hoy 87 años y vive en México. Es la última poeta viva de exilio republicano español. Contacté con ella en diciembre pasado gracias a un twitt que su nieto escribió agradeciendo una entrada que le había dedicado a su abuela en este blog. Desde entonces mantenemos una preciosa amistad epistolar, una de esas amistades que te recuerdan por qué has venido a este mundo. Este es el poema que me ha regalado, un poema recién salido del horno, como ella dice poesía en época del virus:

“Todos nos ejercemos en lo que somos:

lo mismo el animal que el humano.

El tigre emprende una carrera relámpago

en pos de un bocado de carne,

el alimento suyo de cada día.

La mariposa, vestida de gala,

surca el horizonte con unos remos avezados,

lame el perro el rostro de su bienhechor

con verbos de factura doméstica

y es el pájaro el que construye su intimidad;

cada cual expresa su ser sin yerros.

Yo, como ellos, hago lo que me toca:

engarzo versos sin aplausos ni estridencia,

casi en secreto.

A lo lejos, más arriba, una estrella

abre sus faros primeros.

Inicia la gestación de la noche,

el canto húmedo del grillo,

la marea verde de las luciérnagas.

Desde un ángulo del mundo

alguien arroja mi nombre,

yo sigo en lo mío: construyendo

poemas, palomas mensajeras, que envío

a alguien que no conozco, pero sé que está conmigo.

Me ejerzo por ese inefable impulso del alma,

que obliga, oprime, amenaza, condena y libera;

por ese imperativo categórico”

 

Carmen Castellote. México, junio del 2020

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