Piel de bronce sobre el yunque, soledad de silencio, siglos de dolor corriendo por tus pequeñas venas. Viene a buscarte. La muerte, vestida de luna, acecha, te quiere, está en la puerta. Te llama. Susurra a tu oído tu nombre. Buscas a los tuyos, sabes que nunca te dejarán solo. No están lejos, nunca lo están. Vienen de camino. Van al galope. Navajas y crines al viento corren los caminos a la pálida luz de la luna. Vienen a salvarte, a ganarle la partida a la parca. Les llamas, en tu soledad les buscas. La noche es cruel y fría, terriblemente fría, para el que se sabe solo. Pero tú no desesperas. Sabes que vendrán, que los tuyos están ya aquí. Cerrando tus diminutos ojos se lo dices a la muerte para que se vaya, para que te deje hasta que lleguen. Un último grito de vida sale de tu maltrecha alma. La muerte te abraza. Solo la muerte está junto a ti cuando llega la hora. Cogido de su mano te elevas sobre prados, y recuerdos. Tu pequeña figura se recorta en el cielo oscuro a la luz de esa luna que se viste de luto. Miras abajo y ves tu cuerpo dormido en el helado yunque. Los tuyos lloran a su alrededor. No han podido ganarle a la muerte. Nadie puede. Juega con cartas marcadas.