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La librería de Isabel Coixet

Hay películas que llegan para instalarse en el alma. “La librería”, de Isabel Coixet, sin duda es una de ellas. Tras una aparente insignificante historia, la de una mujer que intenta realizar su sueño de abrir una librería en un pequeño pueblo perdido en medio de ninguna parte, son todas las historias las que se encierran en ella. Isabel Coixet ha sido capaz de hacer suya la espléndida novela de Penelope Fitzgerald para convertirla en un auténtico poema. Porque esta película es eso, un verdadero canto a la sensualidad y un poema que te llega a lo más hondo. Como en todas las películas de Isabel el casting es soberbio, la fotografía exquisita, la música de Alfonso de Vilallonga maravillosa… y el guion y la dirección de Isabel sencillamente geniales. Pero en esta película hay algo más. Es Coixet en estado puro, y eso hace que seamos todos en estado puro. Isabel se apoya en su sensibilidad para transformar toda la sutilidad de la historia de Fitzgerald en una película que te enamora desde el primer fotograma. Es una historia de libros en la que ella hace que sea el silencio y no la palabra quien hable; una historia de mujeres, escrita por mujeres, dirigida por mujeres, protagonizada por mujeres…y, precisamente por eso, una historia absolutamente universal con la que todos nos llegamos a identificar. Cómo mejora el cine cuando puede ser decidido, dirigido y protagonizado por mujeres. ¡Hombres del mundo del cine, unámonos para apartarnos y darles a ellas el protagonismo que merecen y les pertenece! Sí, apartémonos y gocemos juntos de la experiencia de que nos muestren su mundo, su forma de verlo, de vivirlo, de sentirlo… Todos, y el cine en particular, lo agradeceremos.

 

Son muchas las historias que habitan esta historia, tantas como lectores puede tener un libro o espectadores una película, porque, como cada obra maestra, está hecha desde lo más hondo para llegarnos dentro, muy dentro. Es como una carta personal que han escrito para todos y cada uno de nosotros y nosotras, una historia que nos habla de sueños, de las dificultades a las que nos tenemos que enfrentar para seguirlos, de las satisfacciones y alegrías que nos da el alcanzarlos… Es una historia de soledades, de esas soledades íntimas y creativas en las que, voluntariamente, nos recluimos para sentirnos parte de este Todo que nos rodea, esas soledades necesarias como el agua o como el aire que nos permiten crecer, encontrarnos a nosotros mismos… y también habla de las otras soledades, de las impuestas, las destructivas o estériles, las que en el mejor de los casos no aportan nada, esas soledades desérticas y heladas en las que tantas personas dejan escapar sus vidas. Pero, por encima de todo, esta historia es una historia de Amor, de Amor con mayúsculas: el de dos seres (esa deliciosa Florence Green protagonista de la historia y que todos, de una u otra forma, llevamos dentro, y ese Edmund Brundish que elige la soledad a la vida entre la infinita mediocridad que le rodea) dos personas destinadas a amar más de lo que son amadas, dos almas gemelas unidas por otro de los amores de los que habla la película, el incondicional amor a los libros, eternos templos donde conviven la palabra y el silencio, lo que somos y lo que podríamos haber sido… Y también es la historia de amor a la vida de Christine, esa niña que ayuda a Florence a trabajar en la librería y que comparte con ella su descubrimiento del mundo.

La propia Isabel cuenta en varias entrevistas que este es, quizá, su proyecto más personal y, sin duda, el personaje de Florence el que más se acerca a como se ve ella en el mundo. Es un personaje sensible y tierno, pero a la vez decidido y con el coraje suficiente para perseguir sus sueños, todos sus sueños, un personaje en el que habitan humildad, melancolía y sabiduría en una deliciosa mezcla y que irradia esperanza, toda la esperanza, siempre la esperanza: «Leí la novela de Penelope Fitzgerald hace diez años, y vi en ella varios elementos que me llamaron la atención. En primer lugar, era un texto sobre el mundo de los libros, y esa temática tiene para mí siempre un gran interés. Luego, planteaba problemas de adaptación, porque era muy sutil en la narración de los estados de ánimo de los personajes. Y, finalmente, porque de lo que iba en realidad el argumento era de la maldad por la maldad, de la vanidad como motor de la actuación de la antagonista, y, por añadidura, del carácter insano de una comunidad que no permite que uno de los suyos realice un sueño. Un sueño pequeñito, sin alardes. Pero ni eso. Y aunque haya actitudes que se entienden en los miembros de las clases subalternas, hay otros (la modista, el abogado, el banquero… los miembros de la clase media) que lo hacen para seguir los caprichos de la poderosa local…La novela es mucho más radical, más desencantada y cruel aún que la película. Yo necesitaba mantener un hálito de esperanza, algo de lo que agarrar a unos personajes que Fitzgerald, una escritora tan poco conocida aquí como pequeño best seller para muchos lectores anglosajones, trata muy duramente».

La película está dedicada al escritor británico John Berger, recientemente fallecido, gran amigo de Isabel y que fue precisamente quien le habló de la novela de Fitzgerald: «John Berger admiraba a Fitzgerald, a quien conoció superficialmente, y se empeñó en decirme que había en el texto algo que conectaba su mundo con el mío. Creo que hay en él una melancolía y una ternura que me son muy cercanas».
Que este es un proyecto muy personal para Isabel lo muestra el esmero que ha tenido en todos los detalles. Ella, que suele trabajar con amigos, escogió a una actriz a la que no conocía pero que sabía que podía bordar el papel como lo hace, Emily Mortimer: «Para el papel de la librera necesitaba a alguien como ella, familiarizada con los libros. Alguien que supiera cómo cogerlos, olerlos, palparlos… y ella tiene todo eso de familia. Su padre, John Mortimer, es el autor de los guiones de la serie ‘Retorno a Brideshead’ (1981) entre muchas otras obras para televisión, cine y teatro. En su casa son habituales escritores como Martin Amis o Ian McEwan. He visto muchas actuaciones suyas, y, aunque trabajara en películas mediocres, que también las ha hecho, termina por hacerse simpática, por su voz, por su mirada… siempre la salva algo… pensé que me gustaría ser su amiga. Por eso la elegí.»

Y si el papel de Florence no podía haber estado mejor elegido, qué decir de los de Violet Gamart, esa mala malísima de la historia soberbiamente encarnada por otro monstruo de la interpretación como es Patricia Clarkson, o de Edmund Brundish, al que da vida un genio irrepetible como Bill Nighy, capaz de transmitirnos el más sutil de sus sentimientos sin necesidad de mover un solo músculo. Y junto a ese trío de ases, la presencia de una jovencísima Honor Kneafsey dando vida a Christine, la preadolescente que ayuda a Florence en la librería, una niña que o en la vida real es como la Christine a la que encarna o es una de las mejores actrices que he visto en mi vida. Es increíble cómo domina el tempo, la modulación de la voz, la mirada, el más leve gesto… Y, junto a este poker de ases, otros cuatro elementos nos llevan a meternos hasta los tuétanos en la historia: los planos de esos campos amarillos azotados por el viento, el azul del agua salpicada por las sempiternas gotas de lluvia, las frondosas verdes copas de los árboles que, como las de Patinir, lo presencian todo y el viento, siempre el viento, ese ser que conoce hasta el más recóndito de nuestros secretos.
Siempre me han gustado las bandas sonoras de Alfonso de Vilallonga, pero creo que en esta ha alcanzado cotas realmente difíciles de superar. Es una música que entronca perfectamente con la época y el lugar donde sucede la historia y, al tiempo, con las emociones y sentimientos más profundos de todos quienes la viven. Haber elegido la voz de una cantante como Ala.Ni es uno de los grandes aciertos de la película. Pocas voces capaces de transmitir tanto como la de ella. La fotografía de Jean-Claude Larrieu, inseparable de Isabel, nos mete de lleno en esa historia de claroscuros, de luces y sombras, de esos azules y grises que pueblan el alma de los habitantes de ese pequeño pueblo.

Isabel es de las directoras a las que, a la vieja usanza, le gusta ponerse tras la cámara y dirigir desde allí. La vi hacerlo en un anuncio que dirigió hace años en el que tomé parte y en el que me quedé maravillado de lo sutil, creativa y detallista que puede llegar a ser en todo lo que hace. Mi personaje tenía un único plano de un par de segundos en el que trataba inútilmente de abrocharse una americana frente a un espejo. Debía transmitir cabreo. Cuando llegó el momento de rodarlo, Isabel se acercó a mí y me dijo: “estás cabreado, pero no con la tintorería de la que viene tu americana y donde podrían habértela encogido, sino contigo mismo porque sabes que no has sido capaz de respetar la dieta” Aquel día entendí todo lo que hay detrás de cada uno de sus planos y por qué me gustan tanto sus películas.

Las posiciones y los sutiles movimientos de cámara que emplea en esta película son sencillamente geniales. Para transmitirnos lo que sienten los personajes de Florence y Edmund la primera vez que ella va a visitarle a su casa, Isabel coloca la cámara en lo más alto de una escalera que tiene dos tramos. En el rellano vemos a Edmund, de espaldas, esperando a que suba Florence. La cámara no se mueve, se limita a estar ahí, contándonos cómo Florence sube peldaño a peldaño mientras escuchamos hablar al silencio. Cuando, al final de esa secuencia, ella se va, la cámara vuelve a mostrarnos la escalera, pero ya no está tan alejada como lo estaba al principio, está en el rellano, mucho más cerca de Edmund y Florence, como lo están ahora ellos entre sí. Y, de nuevo, la cámara se queda quieta, ni respira, deja que todo, como la vida, pase ante ella. La secuencia de los dos en la playa es de las que te llegan tan dentro que te acompañan ya para siempre. Todo está en ella, absolutamente todo. Otros planos de la película también son antológicos, como el de la última visita de Florence al banquero, con la cámara colocada en lo más alto, ofreciéndonos un plano cenital de la escena. No es casualidad que haya empleado planos contrapicados al inicio de la película cuando Florence va en pos de su sueño y que, en cuanto lo alcanza, sean ya los picados los que predominan. Y qué decir de los travellings. Maravilloso el de presentación del personaje de Edmund, un travelling in en el que, mientras escuchamos el contenido de la nota que le ha escrito a Florence, Nighy rompe la cuarta pared para hablarnos con esa peculiar forma que tiene de hacerlo mirándonos directamente a los ojos, o los travelling outs finales en los que, uno a uno en un encadenado magistral, deja a los habitantes del pequeño pueblo reflejados tal como son. También es una película de símbolos, de ahí su estructura circular, y los detalles como ese pañuelo capaz de decirnos tanto. Sin duda es una película para disfrutarla en versión original, con la musicalidad y el tempo de ese inglés tan poético y bello que acaricia el alma, como lo hace la voz en off de Julie Christie de principio a fin de la película, una voz que más que hablar, susurra en nuestro oído todos sus secretos.

Que una película como ésta haya sido producida por productoras como Diagonal tv o A contracorriente demuestra que nuestro cine, lejos de merecer los despiadados ataques de los que suele ser objeto desde determinados sectores de nuestra sociedad, debería ser motivo de auténtico orgullo para todos.

Son tantas las cosas maravillosas que hay en esta película…la sensualidad con la que Florence saca cada libro de las cajas, el amor con el que los acaricia, los limpia y los coloca en cada estantería, la ternura con la que escribe las etiquetas con las que los clasifica… el día de la premiere tuve la suerte de poder darle las gracias a Isabel por haber conseguido que, como espectador, me hubiera sentido tan amado como uno de esos libros.

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