¿Por qué nos empujan a que asociemos la sombra con connotaciones negativas? ¿Acaso no nos protege del inclemente sol de verano, del insoportable calor que nos impide hasta respirar en esos días estivales en los que por quemar queman hasta las piedras? ¿No es suficiente hacernos ese bien para que la estimemos, para que la valoremos positivamente? Ser más oscura que la claridad nos lleva a creer que esconde algo, que no es franca, que encierra algo oculto o misterioso, incluso algo necesariamente malo. Las palabras nunca son inocentes, como las etiquetas. Cuando nos referimos a una persona o a un período histórico que tiene cosas buenas y cosas realmente malas, decimos que tiene sus luces y sus sombras. Quien escucha esto de alguien automáticamente desconfía y le condena. No hace falta siquiera juicio. Tener sombras es hoy un mal imperdonable. Nunca decimos que esta o aquella persona tiene sus sombras y sus luces. Decimos que tiene sus luces y sus sombras. El orden de los factores sí afecta al resultado final en este caso porque esas sombras puestas en último lugar apagan el brillo de cualquier luz que pudiera ir por delante de ellas. No, el lenguaje no es inocente, como tampoco lo somos nosotras y nosotros cuando vemos la realidad a través de nuestros prejuicios. Puede que, remontándonos en el tiempo, hasta el propio Platón tenga algo de culpa en todo esto. Con su mito de la caverna nos hizo ver que las sombras eran una mera mentira, una proyección de la verdadera realidad que es la que vive a nuestra espalda.
Amo la sombra, como amo la oscuridad. Solo porque existe la oscuridad podemos ver la luz, una luz que nos permite ver muchas cosas, sin duda, pero que también nos roba la visión de otras. Si el sol no se pusiera cada noche no sabríamos que existen las estrellas. La luz necesita a la sombra como la sombra necesita a la luz. Imposible que vivan la una sin la otra. Por eso amo también el teatro de sombras, las sombras chinescas, ese mundo mágico que trasciende nuestros sentidos para transportarnos a paraísos imaginarios que mueren en cuanto se apaga la luz. Luz, sombra, vida, muerte…Esas sombras que habitan el blanco de la pantalla mueren cuando se apaga la luz pero ¿acaso no están muertas desde hace mucho tiempo las estrellas cuya luz vemos en el universo? Difícil equilibrio el de la sombra y la luz, el de la vida y la muerte. Solo los poetas, los grandes poetas como Carmen Castellote, son capaces de intuir y expresar el indisoluble hilo que las une. No es casualidad que estos versos de su Diálogo con esfinge que nos hablan de vacíos y silencios, de grietas y luces, de golpes en el alma y de viejos que por tener tienen arrugas hasta en los huesos, finalicen con ese canto a la vida tan de Kazantzakis y su Zorba el Griego que nos invita a celebrar nuestra derrota con un abrazo de sombras.