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Tragos de infancia

Esta mañana, al pedir el café de siempre con su inseparable vaso de agua, han sido muchos los recuerdos que han escapado de donde parecían dormidos. Ni el café ni el agua se han diferenciado de los de cada mañana. Ha sido el vaso. Un vaso que hacía  muchos años que no veía. El vaso de toda la vida, Duralex transparente biselado con dos finas líneas en medio. En ese vaso han revivido mis primeros años de colegio, el olor a garbanzos y el sabor a queso con membrillo, las bandas con las que las monjas nos premiaban cada semana, azules, verdes, amarillas…nunca rojas. La inmensidad de un patio que nunca fue grande, las escaleras por las que, con apenas tres años, me escapé mi primer día de colegio…. Sí, ese vaso me ha devuelto mi infancia, una infancia que me he bebido a tragos suaves y lentos, saboreando el placer de saber que, en algún lugar de la memoria, los recuerdos todavía pueden callar al olvido.

Recordar la infancia, bebérmela a tragos, me ha llevado a imaginar lo que pudo haber sido la de Carmen Castellote, esa gran poeta que fue niña de la guerra. Desde que, hace unos meses, leí uno de sus poemas no he dejado de pensar en ella, sola en Rusia con cinco años, sola en la fría estepa siberiana, acogida por personas a las que no conocía en las que encontró todo el cariño, rodeada por niños que no hablaban su lengua que, viendo su hambre, le preguntaban si había pan en su idioma…

Busqué información sobre la vida de Carmen, busqué sus poemas, pero todo parecía inútil. Apenas unos versos, alguna referencia perdida en libros que hablan del exilio… Mi necesidad de saber, de querer conocer a aquella mujer que había tenido una vida de leyenda, me llevó a pedir a la Biblioteca Nacional el único libro que tienen de ella. Un pequeño poemario. Sin embargo, a veces, la vida se empeña en empujarte a seguir adelante sin que ni siquiera entiendas por qué. De repente, una mañana, me encuentro un twitt que agradece una entrada que le dediqué a Carmen en este blog. Es de un joven que vive en México y que agradece profundamente ese comentario sobre Carmen porque es su único nieto. Tras recibir el poemario de la Biblioteca Nacional y devorarlo con la incontenible pasión que es capaz de despertar la buena poesía, le envío un mensaje para decirle que quiero escribir un monólogo sobre su abuela y que necesito su ayuda. Su respuesta es inmediata: cuente con ella. Y heme aquí, ilusionado como aquel niño que bebía en ese vaso que me ha regalado dulces tragos de infancia.

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