Te escribo a ti que yaces en esa cuneta junto a otros compañeros asesinados por defender la libertad; a ti, simple maestra de escuela; a ti, campesino de sol, sudor y pena; a ti, poeta de coplas y silencios; a ti, que acababas de nacer a la vida; a ti, que ni siquiera te dejaron nacer; a ti, que viste cómo se los llevaban; a ti, que sigues bajo tierra aguardando justicia; a ti, que sigues sepultada por tres metros de tierra y ochenta años de olvido; a ti, que sigues vivo en el corazón de quienes nunca han dejado de buscarte.
Acaban de estrenar una película que habla de ti, una película que, como un candil, iluminará la oscuridad de la fosa olvido en la que te enterraron. Se llama “El silencio de otros”, aunque habla del nuestro. Te preguntarás cómo hemos podido callar durante tanto tiempo, qué ha pasado para que, tras cuarenta años de democracia, quien te asesinó siga enterrado en un mausoleo y tú en la fosa. Cuarenta años de mentiras y cuarenta de ocultar la verdad son la losa bajo la que enterraron nuestra conciencia. Algunos gritaron, hubo quienes jamás dejaron de hacerlo, pero muchos, los más, nos dejamos adormecer por esas mentiras que hablan de que es mejor no remover el pasado, de que no conviene abrir viajas heridas, de que hay que mirar al futuro, de que hubo dos bandos, de que todos cometieron atrocidades… No te merecemos. Tú, que por dar diste hasta la vida por defender lo que creías justo, no mereces que te hayamos correspondido durante tantos años con nuestro silencio. Esa película habla de quienes se han atrevido a hablar, de quienes nunca han callado, de quienes han buscado y buscan justicia, de quienes nunca se han dejado engañar por la pretendida justicia de la equidistancia porque siempre han sabido que equidistancia no es sinónimo de justicia, sino de cobardía. En este país que te amamantó jueces y leyes te han negado la justicia que mereces. Un vergonzoso pacto con el que nos engañaron a todos promulgó una injusta ley de amnistía que impide que hoy podamos juzgar a quienes te asesinaron y que se haya condecorado a quienes al grito de “Una, Grande y Libre” torturaron y asesinaron impunemente. Tus asesinos tienen calles a su nombre mientras tú sigues en la oscuridad de tu cuneta.
Cuando en esta España que te ha negado durante décadas se ha buscado justicia todas las puertas se han cerrado. El nuestro es el único país que no ha podido juzgar los crímenes que se cometieron brazo en alto al amparo de una iglesia que, rememorando la Edad Media en la que vive anclada, bendijo su cruzada por Dios y por España. Pero no solo fue esa Iglesia la que os condenó al olvido, también esas naciones que tanto presumen de democracias seculares como Reino Unido, Francia o Estados Unidos lo hicieron cuando bendijeron el régimen de Franco obligándonos a sufrir su dictadura durante cuarenta años. Ya sé que eso no te sorprende porque viste cómo se lavaron las manos dejando que Hitler y Mussolini enviasen sus tropas para apoyar a Franco. Lo que quizá no sepas es que, tras sus rimbombantes discursos acerca de su neutralidad, bloquearon las cuentas bancarias que el legítimo gobierno republicano tenía abiertas en el extranjero a través de sus embajadas impidiendo que pudiera comprar armas para defenderse de los fascistas. Así que, ya ves, el muro de silencio con el que han pretendido olvidarte se construyó con ladrillos que pusimos todos, unos con su complicidad, otros con su cobardía.
Pero si te decía que esta película es un candil que iluminará tu fosa es porque, negada la justicia en nuestro país, una jueza argentina, al amparo de la justicia universal, ha admitido e instruye la querella que personas como Asunción Mendieta, Chato, Kutxi o Merçona han interpuesto contra quienes te asesinaron y quienes les torturaron. De poco o nada servirá que los sucesivos gobiernos que ha tenido este país hayan puesto todas las trabas posibles a que, por fin, se haga justicia. Porque la justicia llegará, no lo dudes. Son muchos los que han muerto manteniendo viva la esperanza de que algún día llegará, pero también son muchos quienes han tomado el relevo y han decidido no callar porque han entendido la diferencia entre la historia que les enseñaron y la memoria que les negaron, entre equidistancia y justicia, entre verdad y olvido.
Te escribo esta carta siguiendo los versos de Miguel Hernández que, desde la cárcel en la que murió, nos pidió que nunca dejáramos de escribirte: “Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré” Hoy nos ha llegado tu carta, una carta escrita de tu puño y letra. Se llama “El silencio de otros”